Bruno Chavarria
Nueva York. Esa ciudad tan especial e icónica. La gran manzana. La capital del mundo. Con cientos de edificios, docenas de bellísimos puentes, y la bolsa de valores más grande del mundo, Nueva York es hogar para unas 9 millones de personas. Es una ciudad que nunca descansa y que además está llena de inmigrantes de todos lados: Coreanos, Alemanes, Japoneses, etc, todos son encontrados en las enredadas calles de la ciudad. Siempre me fascinaba ver la estatua de la libertad en revistas, el esplendor del Empire State en películas como King Kong, y ver la bola de año nuevo caer sobre Times Square. Mi sueño era conocer la jungla de concreto, y al tener 12 años, mi madre lo hizo realidad.
Nuestro viaje fue de 4 días, y estuvimos acompañados por mi prima Jennifer y mi tía Maritza, las cuales también estaban muy emocionadas por visitar “la ciudad que nunca duerme”. Llegamos un 29 de diciembre, y al salir del aeropuerto en Queens, pude sentir un escalofrío que me indico la temperatura casi bajo cero: 4 grados celsius. Siempre había querido conocer el frío y la nieve, y mi emoción era visible en todo mi rostro, así que el frío no me molestaba mucho.
La estatua de la libertad
Nuestro primer destino fue la Estatua de la Libertad. Para llegar a la isla en la cual ella se imponía, teníamos que tomar un ferry desde Manhattan. Esperamos unas 4 horas, en las cuales conocimos a una curiosa familia italiana. Finalmente, nos subimos al ferry, y en el viaje, recuerdo tomar una deliciosa taza de chocolate caliente. Al llegar a la isla, estaba anonadado por la belleza de la estatua. Nos subimos al enorme pedestal de la misma, donde las vistas de la ciudad eran algo único.
Turistas tomándose fotos, unos platicando, otros simplemente viviendo el momento, era una atmósfera llena de alegría. Un par de horas después, volvimos a Manhattan, y tras buscar un lugar para cenar, nos encontramos con un lugar de comida coreana, y les puedo asegurar que nos degustamos con un festín de sabor y calidad. Y al volver a nuestro hospedaje en Staten Island, concluyó nuestra primera jornada.
Midtown Manhattan
Nuestro segundo día fue increíble, conocimos la sección más emblemática de la metrópolis: Midtown Manhattan. La jornada inició con el tranquilo viaje de Staten Island hasta Manhattan, y usamos el preciso y versátil metro para atravesar hacia la primera parada: Las Naciones Unidas. Un emblema de la paz mundial, la unión, y de la humanidad en sí, este era el lugar perfecto para iniciar. El museo fue una experiencia inigualable, ya que aprendí sobre como la unión de todas las naciones ha evitado terribles guerras en muchos países, y también logramos posar con uno de los famosos “cascos azules”.
Tras terminar nuestro tour, nos movilizamos hacia la estación Grand Central. Este lugar era uno que te dejaba sin aliento, una arquitectura, diseño y tamaño impecable, y un hermoso reloj en el centro. Nuevamente, un lugar de película que fue aún más increíble en persona.
Después, fuimos a caminar en el espectacular Central Park y el Museo Metropolitano paralelo al mismo. Ambos lugares fueron experiencias inolvidables: El museo estaba lleno de increíbles exhibiciones, una sala central inigualable, y reliquias históricas de todas partes del mundo. Al atardecer, comenzamos nuestra caminata por el parque.
El parque como tal es hermosísimo, sobre todo los colores de los árboles por ser invierno, y el hermoso vuelo de los gansos inspira a cualquiera dichoso de poder verlos volar. Lo más increíble, a mi opinión, fue cuando inesperadamente cayó una breve pero muy disfrutable nieve. Estaba tan feliz de por fin poder verla en persona, e incluso abrí mi boca, buscando que los copos cayeran en ella.
Al caer la noche, fuimos a caminar por las brillantes, pero majestuosas calles de Times Square y Broadway. Los taxis, los policías, los músicos, los turistas. Era la cultura universal en ebullición, y lo adoraba. Nos encontramos con un familiar por pura casualidad, y este me regaló un retrato hecho por un artista en la calle. Al día de hoy, lo conservo como un fabuloso recuerdo de Nueva York. Después de comer, fuimos a conocer la emblemática quinta avenida, con sus extravagantes tiendas y comercios, y debo decir que los precios eran estratosféricos. También fuimos al fabuloso Rockefeller Center, y a pesar de no poder patinar, ver como todos patinaban al son de canciones navideñas fue lo maximo. Incluso comimos en un restaurante auténticamente chino en el famoso Chinatown.
Como regla general, lo último usualmente es lo mejor. Y efectivamente, conocer el Empire State fue algo sacado de un cuento de hadas. Un ascensor capaz de llevarte al piso 80 en menos de un minuto, un lobby lleno de cultura y esplendor, y unas vistas indescriptibles de la ciudad nocturna fue simplemente el toque perfecto para concluir esa jornada.
El ultimo dia inicio en Nueva Jersey, donde comimos helado en un famoso establecimiento. Ya al mediodía, fuimos a conocer Brooklyn, el sector más poblado de toda la ciudad. Las casas eran muy bonitas, muchas con el estilo de Brownstone. Al ya estar atardeciendo, decidimos conocer el puente de Brooklyn de la mejor manera: Cruzando a pie. Nos tomamos decenas de fotos, y en todas mi sonrisa delata el sentimiento de alegría por cruzar una obra maestra arquitectónica. Sentir como el viento movía el puente fue algo que causó un miedo con un toque de diversión único.
Tras llegar a Manhattan, decidimos embarcar nuestra última aventura: El World Trade Center. Esta fue toda una sorpresa, la cual al día de hoy agradezco infinitamente a mi madre. Este complejo es el más alto en todo el continente, y al ver que el elevador subió unos 90 pisos en menos de un minuto fue inexplicable a mis ojos. El elevador mostraba toda la historia de la ciudad en 360 grados, un toque muy bonito e interesante. Las vistas de la ciudad fueron unas que ninguna palabra en ningún idioma podrían describir. Era espectacular la altura y lo majestuoso que se veía todo, y a día de hoy recuerdo esos momentos fijamente.
Al ser año nuevo, era un hecho que iríamos a Times Square, así que bajamos y fuimos hacia allí. Milagrosamente, encontramos la última mesa en un establecimiento, y con mucha felicidad cenamos el último plato de 2016. Al salir, avanzamos lo más posible entre cientos de miles de personas, y quedamos en un punto perfecto: cerca de una estación de metro y con buena vista. Nuevamente, nos encontramos con una amable familia argentina, con la cual convivimos en los últimos minutos del año viejo. Al llegar a un minuto, la adrenalina corrió por todo mi cuerpo. Un grito ensordecedor de miles de personas se escuchó: la cuenta regresiva había comenzado. Grité con todas mis fuerzas los últimos 10 segundos, y al ser el año nuevo, sentí tanta emoción, tanta alegría, tantas ganas de gritar y estar aun mas feliz, fue algo apoteósico.
Y así, unas horas después de celebrar el año nuevo, ya estábamos subiendo al avión de regreso a Miami. Probablemente la experiencia más increíble que yo haya vivido.